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La jubilación de Cipriani: ¿el fin de una era?

 

La periodista Paola Ugaz ha escrito para el diario La Tercera de Chile el artículo: «Iglesia en Perú: El fin de una era«. Se trata de un texto bastante lecturable y esclarecedor para los lectores del país vecino; sin embargo, creo que es necesario, desde el Perú, hacer algunas observaciones sobre el contenido y sobre el título del artículo.

Primero, Ugaz escribe: «La rapidez del Pontífice –solo le tomó 25 días– al aceptar la renuncia del cardenal, describe con claridad la mala relación entre ambos, ubicados en diferentes facciones de la Iglesia Católica latinoamericana: de la orden jesuita y del Opus Dei, respectivamente». Según el Diccionario panhispánico de dudas, se puede usar la mayúscula inicial cuando se hace referencia a una persona concreta que ejerce un cargo (como Pontífice o Cardenal, pues se estaría refiriendo a Francisco y a Cipriani en cada caso). No obstante, en su última Ortografía de la lengua española, las Academias de la Lengua sugieren el uso de minúsculas en cualquier caso. Como se ve, la periodista podía optar por colocar ambos cargos personales en mayúscula o ambos en minúscula. El error está en la incoherencia que le hace alternar indistintamente entre un uso y el otro. Ahora bien, en cuanto al contenido, es innegable que la decisión del pontífice ha sido rápida (el último arzobispo de Caracas, por ejemplo, dejó el cargo casi un año después de presentar su renuncia), pero ello no tiene por qué deberse a una mala relación entre él y Cipriani, a causa de ser miembros de dos «facciones» distintas. Se debería, más bien, a la elevada impopularidad de Cipriani y a su escasa autoridad moral entre sus feligreses, así como a la difícil relación que éste ha tenido con casi todas las órdenes religiosas en torno a una infinidad de temas, desde rituales hasta doctrinales, pasando por los económicos. En la ciudad de la voz a medias, que es Lima, es bien sabido que Cipriani extendió el poder de los diocesanos (los religiosos que no pertenecen a una orden), como los de Pro Ecclesia Sancta, y se apoyó casi exclusivamente en ellos. Como resultado, alejó a dominicos (entre los que está el liberacionista Gustavo Gutiérrez), franciscanos, agustinos y marianistas (como el vetado teólogo Eduardo Arens), además de a los jesuitas, desde luego. En su relación con los fieles, se opuso cuanto pudo al auge de los movimientos «carismáticos». Cipriani también perdió todas sus postulaciones para presidir la Conferencia Episcopal, con lo que se evidenció su impopularidad entre sus propios pares obispos. E incluso en el Opus Dei se prefirió en 2017 colocar como cabeza de la prelatura a otro que no fuese aquél que, en su momento, había sido su promisorio primer cardenal.

Ugaz también afirma que el arzobispo entrante, Carlos Castillo Mattasoglio, «está ubicado en las antípodas de Cipriani». La afirmación es un tanto ligera, pues no aclara en qué sentido. En lo que respecta a la teología de la liberación, se puede decir, en efecto, que es cierto: tanto en la docencia como en el sacerdocio, Castillo ha defendido muchas de las ideas liberacionistas que el reduccionismo burdo de Cipriani estimaba como libertinas o comunistas, y por ello relegó al diocesano Castillo a un segundo o tercer plano. Eso mismo tiene que ver con la diferencia entre el hombre culto y con una importante biblioteca, que es Castillo, y Cipriani, que nunca ha sabido ser algo más que un político maquiavélico. Dicho esto, se hace necesario aclarar que la apertura del cura Castillo hacia la teología de la liberación no implica un entusiasmo de fondo por ella. Sus razones para favorecer la llamada «opción preferencial por los pobres» no son teológicas, como sí es el caso del marianista Arens o de casi todos los docentes de teología de la Pontificia Universidad Católica. Las razones de Castillo son más bien antimodernas o postmodernas. De allí el entusiasmo que tuvo por la propuesta de un cristianismo débil, formulada por el italiano Gianteresio Vattimo, siempre que éste no se pusiera demasiado relativista («todo vale») o comunista.

 

Castillo

 

Para Castillo, nuestra situación actual es la de una crisis general y con un claro causante: la racionalidad moderna con su antropocentrismo, su individualismo y su tecnicismo. Su crítica al respecto no es muy elaborada; se trata, más que nada, de una posición de principio. Tampoco lo es el que –algunas veces con una angustia que le envidiaría Woody Allen– Castillo vea crisis en todas partes. Ciertamente, su concepto de crisis destaca lo de oportunidad que ella puede tener; además, porque en la esperanza entra precisamente la teología cristiana como el remedio universal prometido desde tiempos del judaísmo veterotestamentario, al cual Castillo conoce como nadie en nuestro medio. No obstante, Castillo adopta allí también un conservadurismo moral poco esperanzador para los tiempos que corren. La homosexualidad, por ejemplo, era para él (ojalá que ya no lo sea) otro síntoma de nuestra grave crisis moral: algo incomprensible e inadmisible para el –postmoderno– plan salvífico de Dios. Algunos de sus alumnos universitarios lo recuerdan además como alguien cerrado a la crítica y habituado a un trato muy vertical e incluso abiertamente vejatorio. No pocos reclamos se alzaron en su contra por ello. En todo caso, en lo moral, no sería en absoluto el antípoda (persona totalmente contraria a otra) de Cipriani, pero tampoco es su monaguillo. En ese sentido hay que entender su reciente declaración, en la que dice que dialogará con las víctimas del Sodalicio de Vida Cristiana: algo impensable para Cipriani que siempre hizo espíritu de cuerpo. Eso sí: en su casi apocalíptica lectura de la condición actual del mundo, Castillo ha enfatizado especialmente el tema de la crisis ecológica. Si se piensa en la línea ecologista del recién nombrado cardenal Barreto, uno se vería tentado a decir que esa puede ser una de las principales razones o acaso la principal razón por la que Castillo ha sido el elegido de Francisco para suceder a Cipriani, que no mostraba tampoco ningún interés real sobre este asunto. A estas alturas, no cabe duda alguna de que el ecologismo es la principal línea política y teológica del papa Francisco.

Ugaz cita luego a la revista Caretas: «es conocido que el cardenal (Juan Luis Cipriani) y el arzobispo de Piura, José Antonio Eguren del Sodalicio, fueron los únicos prelados que no firmaron el documento de Aparecida (Brasil) en el 2007 por su énfasis en los menos favorecidos». La periodista no coloca las comillas de cierre; tampoco evalúa la fiabilidad del texto citado, que es sólo una opinión hecha al desgaire y no información sustentada. Es muy poco sensato –y tiene algo de mala fe– dar a entender que Cipriani y Eguren no quisieron firmar dicho documento porque desprecian a los pobres. Lo que en realidad ambos desprecian es a la teología de la liberación, a la que no consideran una auténtica teología, sino sociología marxista que debe ser vetada en las instituciones educativas católicas. Cipriani y Eguren supieron ver que, al basarse en ella, el documento de Aparecida se constituía en uno de los pilares que permitirían el reconocimiento oficial de la teología de la liberación.

El resto del artículo de Ugaz ofrece una buena síntesis de los aspectos más relevantes en la carrera episcopal de Cipriani, aunque faltan algunos puntos, seguramente por el límite del espacio. Por ejemplo, falta que la pugna con la PUCP estaba también económicamente motivada. En el sexto párrafo, la periodista escribe «Cipriani fue escogido por Fujimori como mediador del gobierno y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru». Debe decir: «como mediador entre el…»

 

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Finalmente, unas palabras sobre el título del mencionado artículo. En lugar de «Iglesia», debe decir «Iglesia católica», porque no se trata de la única iglesia. Del mismo modo, en lugar de «en Perú», debe decir «en el Perú», porque el nombre fundacional de nuestro país no es República de Perú, sino República del Perú. Además, si bien es indudable que habrá un cambio de dirección con la designación del nuevo arzobispo de Lima, suena demasiado espectacular y poco realista hablar de un cambio de era. No parece muy revolucionario, por ejemplo, que Castillo haya dicho recién que los abusos y asesinatos de mujeres requieren una mayor fe en el Señor de los Milagros. Hasta parece una broma de mal gusto. Sin ir más lejos, lo que necesita la periodista Ugaz es que el obispo Eguren de Piura y el Sodalicio de Vida Cristiana la dejen de intimidar y acosar judicialmente por la importante investigación que hizo junto a Pedro Salinas (también acusado) y que destapó el escándalo de abusos cometidos por Figari y otros sodálites aún protegidos por la Iglesia católica. El cambio debiera empezar por resolver este asunto. Castillo ha dicho que luchará por las víctimas, pero también ha dicho que los abusadores son unos cuantos cristianos que han dado un mal ejemplo (sic). ¿Mal ejemplo? En lo secular, se trata de delincuentes; en lo religioso, de pecadores que, según el propio Evangelio, debieran preferir el suicidio por lo que hicieron. Las medias tintas aquí son inaceptables. En cualquier caso, el tiempo revelará el alcance del cambio de arzobispo. Los espíritus libres deben mantener una actitud crítica hacia él, así como también deben estar dispuestos a defenderle cuando corresponda, especialmente de los enemigos del progresismo en la Iglesia católica, que no son pocos ni poco poderosos en nuestro país.

 

No, tampoco (1): Las «izquierdas» por el NO

Inicio una serie de notas sobre la consulta de revocatoria o, más precisamente, sobre las campañas políticas de uno y otro lado. Como hay gentes a quienes siempre el entusiasmo les perturba la comprensión lectora, hago en esta primera entrada algunas advertencias preliminares:

El tema de la revocatoria en sí mismo no me interesa. No me interesa tampoco hacer campaña a favor o en contra de la misma. Quien quiera encontrar apoyo emocional o concordancia con su opinión, hace mal en leer lo que escribo y los remito a las columnas de Correo y Perú 21 o de La Primera y La República, según sea el caso. Yo ni siquiera diré cuál será mi voto, o incluso si votaré o no, y espero que ningún iluminado crea que puede deducirlo de estos textos. Digo esto porque no faltan, sobre todo en sociedades como la nuestra —y más aún a través de las redes sociales—, quienes, a pesar de su firme dogmatismo y precisamente por él, tienen tan poca seguridad de sí mismos y de sus creencias, que leen columnas de opinión sólo para reconocerse en «otros»; lo que no significa, lamentablemente, dejarse interpelar por el otro en su diferencia, sino pretender que éste comparta la misma opinión que uno ya ha establecido con certeza, como quien encuentra placer al mirar su reflejo en un espejo.

Por ende, mi interés en el tema es otro: advertir la incomprensión respecto a la naturaleza estética de la política, aquella que se aparta de la racionalidad tanto como de los moralismos y que se aproxima al trasfondo preconsciente de la misma, a su base fundamentalmente sensible. Es un interés exclusivamente filosófico. Y si el título se enfoca en una posición es sólo porque en ella este descuido ha sido especialmente significativo. Por «estética», desde luego, no me refiero a lo artístico ni tampoco (no únicamente, al menos) a lo publicitario o retórico en la política, sino también a aquello que, en general, se entiende dentro de los conceptos de biopolítica (acuñado por Foucault, como se sabe) y del de antipolítica que tiene un alcance ontológico (semejante al que Kant describiese como un impulso natural a la insociabilidad). Desde que el idealismo (como platonismo popular) ha arraigado tanto en las teorías políticas modernas, estos conceptos y lo que implican no suelen sino ser tomados negativamente, como un lastre que hay que superar o evitar, incluso bajo la creencia de que para ser «criollo» en la política hay que ser también corrupto. Para mí, en cambio, se trata de algo sencillamente humano y, sólo por ello, ya lo suficientemente digno para que la filosofía le tome tal cual es. Para decirlo con Nietzsche: «Donde los demás ven ideales, yo sólo veo lo que es humano, demasiado humano», ya que, para alcanzar «la libertad de la razón, aunque sólo sea en cierta medida», es necesario mirar «con ojos bien abiertos todo lo que pase realmente en el mundo», y no «atar a nada en particular el corazón con demasiada fuerza» (Humano, demasiado humano).

No está de más decir que no es éste tampoco un ensayo de cinismo. Hay cierta intelligentsia que tiene tan mal gusto y poca perspicacia que creen que si uno critica toda falsa certeza es porque, en el fondo, todo le da igual y se puede permitir ser poco serio con todo y coherente con nada. Son los que se toman alegremente eso que le diera pesadillas a Dostoievski — el «todo está permitido». Para ellos será necesario señalar lo que Camus; a saber, que la denuncia de la hipocresía no puede servir de pretexto para el cinismo. No todo tiene por qué estar permitido, ni siquiera cuando uno se enfoca en lo sensible que está tan lejos de las moralinas. Esto quiere decir que yo sí tomo partido por una posición en este tema, pero creo que hacerlo público sólo ayudaría a la superficialidad que estoy criticando y de la que estoy francamente hastiado, tanto que no he querido por eso participar de campañas que, además de poco lúcidas (una menos que la otra), siento y pienso que son (ambas) poco serias con cuestiones de fondo, fundamentalmente con la democracia misma. En consecuencia, sólo escribo ahora porque no comparto hipocresías que encubren su trasfondo «demasiado humano» con ídolos que ya casi se caen por sí solos. De ello no se puede deducir que todo me dé igual. Hay una decisión que tomar y hay que tomarla seria y responsablemente; no como obispos, tampoco como payasos. No sería filósofo si no creyese que hay que meditarlo bien, pero, por lo mismo, no acepto los prejuicios con que quiere guiarse de uno u otro lado el voto. El lector que honestamente busque razones para inclinarse por una de las opciones, haría mal en guiarse por lo que aquí desarrollo. Mejor hará si piensa bien las cosas por sí solo o, en todo caso, si busca en la prensa a su sofista preferido.

Lima, febrero 2013.

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(1) Las «izquierdas» por el NO

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La izquierda apoyó en su momento la propuesta legislativa en la que se incluía el derecho a revocatoria. Veinte años después, recién a causa de que su uso egoísta es evidente porque ha llegado a Lima (esto se venía denunciando en provincias desde hace muchos años) y sin ningún análisis serio que evalúe la pertinencia de esta figura hoy, la revocatoria se ha convertido, para algunos que dicen ser de izquierda, en una mala palabra. Parece que ahora ella fuese por naturaleza una propuesta antidemocrática y debilitadora de la institucionalidad política (a pesar de que apela al voto democrático y está dentro de esa institucionalidad). ¿Qué es lo que ha ocurrido entonces? Según un politólogo recientemente canonizado, la izquierda ha estado «modernizándose», dejando de ser bruta, achorada y cruenta, para adecentarse yendo hacia un democrático centro «paniagüista» (o toledista). Este buen politólogo sabe decir lo que esa «izquierda» «moderna» y la derecha quieren escuchar (eso tiene de político más que de politólogo). Pero a esa «izquierda» emprendedora (en la que no es casual que entre gente que apoya los abusos de las grandes mineras, como «Nano» Guerra que fue precandidato en Fuerza Social) le han contado un cuento que han creído verídico — un cuento que se llama ideología y según la cual se puede ser tan igualitarista como rico porque se ha entronizado al emprendimiento como el non plus ultra de la ontología social; y según la cual, para ser de izquierda (que es lo «in«), basta con tener «sensibilidad social» (con personas o con gatos, da igual), hacer uno que otro donativo u obra de caridad (por ejemplo colectas en temporada de friaje) y, sobre todo, eso está muy claro (a menos que seas un rojo cavernario con ideas trasnochadas), asumir que la modernidad, la superación de las propias taras y el abandono del violentismo, pasan también por abandonar la crítica del sistema de producción y acumulación económica, la crítica del trabajo alienado, la defensa de los derechos laborales, la actividad reguladora y empresarial del Estado, etc.; es decir, todo aquello que de algún modo puede aún hacer una diferencia objetiva entre derecha e izquierda, especialmente por lo primero. No hay mayor victoria ideológica para la derecha que hacer que los ex-izquierdistas olviden o repriman el que de eso precisamente se trataba ser de izquierda. Por otro lado, creer que se es de izquierda porque algún derechista extremo te dice que estás a su izquierda es claramente una equivocación.

Lo anterior nos lleva entonces a una primera conclusión que acaso sea la más relevante en este tema: gran parte de la denominada «izquierda» ha perdido la brújula y no sabe ya orientarse, posicionarse políticamente. La derecha sigue sabiendo muy bien qué es ser de izquierda y por eso lo censura colocándolo en el mismo paquete de lo que una nueva izquierda peruana sí debería autocriticar y dejar atrás. Incluso ciertas formas de redistribución muy acotada y de programas sociales son mecanismos que la derecha acepta porque no dejan de ser un mero asistencialismo, algo más elaborado quizá, pero asistencialismo al fin y al cabo que se puede empatar bien con la idea del éxito emprendedor y que no supone amenaza alguna a las estructuras socioeconómicas de fondo porque se trata del ripio. La misma ministra Trivelli, que para algún despistado es «izquierdosa», lo afirma así: «Los programas sociales no tienen como meta sacar a la gente de pobre» (7/2/2013). Lo que los saca de pobre es su propio emprendimiento; por supuesto, asumiendo que todos tienen las mismas  oportunidades que no tienen. ¿Es entonces esta «izquierda» realmente de izquierda? A estas alturas, la pregunta es ya meramente retórica. Evidentemente, no lo es.

La autodenominada «izquierda liberal» o «liberalismo de izquierda», o también llamada «centro-izquierda» (apelando a una presunta neutralidad) o, de modo más patético aún, «izquierda democrática» (como si fuera del margen puesto por la derecha no hubiese democracia), es en realidad una «derecha de avanzada», con sensibilidad social pero defensora en última instancia de lo que usualmente se conoce como capitalismo avanzado o tardío. Es en esta derecha, que a lo más llega a ser progresista de un modo bastante confuso, donde en realidad están ubicados los que son calificados también como «izquierda caviar». Incluso este término da cuenta de la diferencia entre derecha e izquierda, pues en nuestro país, en el que la izquierda real es casi inexistente, suele ser usado sólo por la derecha, pero nació siendo utilizado por la izquierda francesa y el uso desde ese lado, aún hoy, es otro y mucho más claro y preciso. Lo que vemos en el Perú, pues, es una pugna ya larga entre una derecha «bruta y achorada», lo que en términos menos panfletarios sería una derecha reaccionaria, plenamente anti-igualitaria y en el fondo autocrática (a veces ni tan en el fondo), y otra derecha liberal, progresista, muy igualitaria en cuestiones morales pero no tanto en cuestiones económicas. Dicho progresismo, además, es confuso porque se basa más en un sentimentalismo de la compasión universal que en un pensamiento crítico. Una pugna entre dos tendencias de la derecha: eso es. Por su parte, la izquierda peruana está también dividida (vaya novedad) entre quienes andan políticamente perdidos, no saben muy bien cómo «adecentarse» y lo hacen con un partido (Fuerza Social) que deja de ser partido en tiempo récord y que, aún así, los bota cuando ya no le sirven, y los pocos que sí hacen una pequeña labor de izquierda a través de los sindicatos, por ejemplo, o de los movimientos campesinos.

No deseo extenderme en esto que sí debe ser analizado con más detalle pero no acá, pues a lo que quería ir es a identificar tres, sólo tres ejemplos que muestran que la alcaldesa de Lima y sus defensores acérrimos de «izquierda» no sólo no son de izquierda por lo antes dicho, sino que, además, no tienen una auténtica preocupación social o, en todo caso, que la ponen entre paréntesis con mucha naturalidad cuando no les conviene.

Ejemplo 1: Los parados de La Parada

La alcaldesa Villarán quiere ordenar la ciudad y continuar con las obras que empezó su antecesor. Loable y necesaria labor. Les dijo a los transportistas que no podían competir con la ruta del Metropolitano por el contrato que había firmado la Municipalidad, los sacó de esa ruta, hizo propaganda de su «reforma del transporte» para obtener respaldo ciudadano, y, al final, los transportistas volvieron a la misma ruta, sin que la Municipalidad haga ya algo y sin que sus seguidores, tan prestos para la publicidad por el NO, hagan tampoco algo al respecto (como una campaña de los mismos ciudadanos en las calles, por ejemplo). Luego fue a botar a los comerciantes de La Parada para que se vayan al nuevo mercado mayorista de Santa Anita. Lo empezó a hacer de un modo «democrático», según sus entusiastas; es decir, no los botó, sólo prohibió a los camiones que ingresaran. El operativo posterior, como es público, fue un fiasco y ella tuvo que asumir su responsabilidad. Ni siquiera el alcalde de La Victoria estaba enterado del operativo que habría en su distrito. Lo que, sin embargo, pasó desapercibido para Villarán en todo momento fue el destino de los comerciantes minoristas, aquellos que estaban impedidos de integrarse al nuevo mercado y que eran los más vulnerables, los de menos recursos, los que su propia teología liberacionista le exhortaba a proteger. Ni siquiera por eso. Tuvo la derecha que, estratégicamente desde luego, ponerse del lado de los minoristas y tuvo que generarse revuelo en la prensa, para que recién la alcaldesa, luego de decir que para ellos habría otros lugares, diera su brazo a torcer y, con el gesto «democrático» que la caracteriza, los aceptara también en el mercado de Santa Anita.

No sé cuántas veces, innumerables ya, le he escuchado a la alcaldesa ponerse en los pies —o eso decía al menos— del ama de casa, la de Carabayllo, la de Comas, la de San Juan… No obstante, en lo de La Parada tampoco pensó en las amas de casa o en las muchas personas que no van a supermercados y que compraban ahí sus productos para sus casas o bodegas porque les salía mucho menos costoso. El pueblo con pocos recursos, no importa. Como diría cualquier facho: el orden es lo esencial. Pero como el dios de los liberacionistas es juguetón y el peruano es fiel al libre mercado, terminó creándose La Paradita, con lo cual la autoridad, una vez más, terminó quedando en ridículo.

"Peso importante", caricatura de Carlos Lavida publicada en El Otorongo.

«Peso importante», caricatura de Carlos Lavida publicada en El Otorongo.

Ejemplo 2: Lo que el río se llevó

Villarán no tiene mala voluntad, de eso no hay ninguna duda. Pero a veces tampoco tiene una voluntad firme cuando debe, como con la empresa brasilera contratada por la Municipalidad para el Proyecto Vía Parque Rímac. El problema de fondo en lo que a esta nota interesa es éste: la alcaldesa se dice de izquierda pero, en lugar de defender los intereses públicos de los ciudadanos que votaron por ella, exigiéndole a la empresa explicaciones claras y convincentes en nombre de esos ciudadanos por los claros errores cometidos, prefirió ponerse del lado del capital privado y defender al contratista como si fuese la misma Municipalidad la que hacía la obra, poniéndose a dar explicaciones que luego la quemarían a ella sola. Dijo que era una obra de gran ingeniería y que no se estaba filtrando más agua de la prevista para que pasara por los drenajes. Al día siguiente, se rompió el muro y el río inundó la obra. Lejos de corregirse ahí mismo, la señora Marisa Glave hizo el ridículo con una defensa más cerrada todavía, afirmando que esas inundaciones estaban perfectamente previstas y que no había ningún problema, mientras que en la otra mitad de la pantalla se veía a los trabajadores tratando de recuperar los vehículos y máquinas que habían quedado en medio del río, y mientras se mostraba en las redes que en el plan de la concesionaria no había prevista una inundación. Con ello, Villarán y su equipo no sólo demostraban que no tienen astucia para saber torear las situaciones adversas adecuadamente, sino que, sobre todo, tampoco tienen las cosas claras respecto a su lugar como funcionarios y la importancia que tiene para una autoridad que realmente es de izquierda el mantener la independencia de la institución pública sin convertirla en protectora de los intereses de las grandes empresas, como hace por otro lado el Gobierno central prestándole policías a las grandes mineras. Y es que no es sólo una cuestión de olfato político o de «mala comunicación», como se dice. Es una cuestión de incoherencia entre lo que se dice ser y lo que se es.

Caricatura de Andrés Edery publicada en El Otorongo.

Caricatura de Andrés Edery publicada en El Otorongo.

Ejemplo 3: El soldado desconocido

Si salen revocados la alcaldesa y todos los regidores actuales, entraría como alcalde provisional el primer accesitario por Fuerza Social, el mismo que, según los seguidores de Fuerza Social, es un desconocido al que no han elegido. Resulta que en Fuerza Social, que ya no es partido por no pasar la valla electoral, dicen estar haciendo una política seria, no como «la tradicional», y sin embargo no sólo no conocen a la gente de su lista a la que, de ser así, sólo habrían metido para llenar cupos, sino que, además, tienen la irresponsabilidad de decir que a él no lo eligieron. Bonita seriedad. Cuando se elige una autoridad se elige también a todo su equipo y a todos los regidores, incluso a los que quedan como accesitarios. Es sumamente irresponsable decir: «yo no conozco a este señor que fue en mi lista». En realidad no es que no conozcan a Fidel Ríos Alarcón, al menos la cúpula de Fuerza Social sí lo conoce, lo que pasa es que les conviene presentarlo como alguien enteramente ajeno, extremista (por ser del Partido Comunista Peruano, aliado de Fuerza Social en la campaña) y, en buena cuenta, apelar al miedo, ese viejo enemigo durante la campaña. Así es la política para Fuerza Social, tan fluctuante según las conveniencias como puede serlo para el APRA, por ejemplo. Si en verdad están comprometidos con la ciudad, como dicen, y si finalmente sale revocada Villarán, sería bueno que ofrezcan su ayuda a la gestión temporal que tendría Ríos, en lugar de anunciar para la ciudad el caos y el terrible comunismo.

Ahora bien, todo ello es entendible dentro de la lógica de una campaña y siendo que en Fuerza Social nunca se han sentido peculiarmente allegados a los grupos socialistas o comunistas (en su interior respaldaron de manera casi unánime la decisión de Villarán de separarse de ellos). Lo que sí resulta francamente penoso es que supuestos líderes jóvenes de «izquierda» apelen a lo mismo. ¿Alguien que pretende ser de izquierda, que pretende un rol protagónico en ella y que dice: «ténganle miedo al comunismo», «yo no conozco a estos del PCP»? ¿Es en serio? Lamentablemente, sí. ¿Se imagina a Camila Vallejo diciendo lo mismo en Chile? Felizmente, no. Por allá sí hay una tradición de izquierdas sólidas y coherentes.

Caricatura de Andrés Edery publicada en El Otorongo.

Caricatura de Andrés Edery publicada en El Otorongo.

A modo de conclusión

Con todo lo escrito —perdón por la extensión—, lo menos que puede permitirse una izquierda sensata en el Perú es abrazar sentimentalmente una causa que le aparta claramente de aquello a lo que está llamada a criticar. Incluso, ya puestos en ello, supongamos que por su debilidad y la necesidad de buscar aliados donde pueda, incluso entre quienes antes los botaron, tampoco es sensato que su apoyo sea un cheque en blanco, sin condiciones, sin una agenda propiamente de izquierda. Hay causas de la izquierda que sobrepasan a Villarán o a quien finalmente ocupe el sillón municipal. Esas causas, con el viejo espíritu crítico de Marx y no con el demagógico de Levitsky, debieran ser el derrotero de toda izquierda moderna en todo curso de acción. De lo contrario, su destino sólo podrá ser la mediocridad y la hipocresía cómplice con el status quo que Mariátegui, al referirse al «socialismo reformista», tanto detestaba.

«Lima, la horrible» vs. Marca Perú-Alan 2016. El poeta Alejandro Susti aclara a la señora de García

El amor a su hijo Federico Dantón no es lo único que comparten el ex-presidente Alan García con su nueva mujer, la economista Roxanne Cheesman. También los une una visión superficial del país en la que —tras el segundo mandato de García, claro— todo es color de rosa. En esa misma línea, la vieja Ciudad de los Reyes, de la mano de sus reyes García y Castañeda, parece haberse convertido, sin que los «pesimistas» nos demos cuenta o lo aceptemos, en un paraíso terrenal donde —como en el vals, con la diferencia que ahora sería real— las carreteras corren solas y hay grifos más de cien mil. Al menos esto es lo que nos quiere hacer creer la señora Cheesman en su artículo de opinión publicado el 19 de enero pasado en el diario El Comercio.

Seguramente Cheesman, como sucede con García, cree que su percepción de la realidad es incontrovertible porque se basa en datos económicos que, por su propia naturaleza, son absolutamente objetivos; tanto como que los ángulos de todo triángulo suman 180 grados y que las rectas paralelas nunca se cruzan. Bien podía Descartes, en el siglo XVII, pretender una certeza como la que en su tiempo tenían las matemáticas, pero resulta que en la geometría actual (post-euclideana) un triángulo puede tener menos o más de 180 grados en la suma de sus ángulos y es discutible que existan líneas paralelas. Lo mismo ocurre con la actual lógica paraconsistente que, a diferencia de la lógica clásica, sí admite la contradicción. Pero García, tan dogmático en la década de 1980 como en la del 2010, defiende una visión positivista que le va bien a su modo prepotente de hacer política y a su carácter egocéntrico. Por otro lado, en cuestión de estadísticas, García ha demostrado ser tan objetivo que, al terminar el gobierno del ex-presidente Toledo, dijo que la reducción de la pobreza había sido menor al 6% que Toledo anunciaba, pero, al evaluar su propio mandato y exagerando en 8% sus cifras, usó un método que le daba al gobierno de Toledo una reducción del 10%. En realidad, no es necesaria la lógica paraconsistente para saber que así de inconsistente es la política y, particularmente, el APRA (las bases epistemológicas de esto las propuso el novelista Ciro Alegría cuando cuestionó el carácter acomodaticio de la «filosofía» espacio-temporal de Haya de la Torre).

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García no es tonto. A nadie le conviene más que a él que en el imaginario popular se sedimente la idea de que el Perú realmente avanzó durante su mandato. Y así como utilizó a su esposa, Pilar Nores, para representar el papel de matrimonio ejemplar en las elecciones del 2006, así también se sirve ahora de la ingenuidad de Cheesman para, sin ser él mismo, seguir con su campaña de saludable, alentador y desinteresado optimismo que, en el fondo, tiene por objetivo último nada menos que —según lo que él mismo ha afirmado— inscribirlo en la historia peruana como un presidente exitoso y, si lo creyese «necesario», volver a postular para un tercer mandato. Pero incluso un turista se da cuenta de los problemas y las taras de los limeños que la señora Cheesman quiere ignorar porque siente que evidenciarlas le hace mal al turismo y a sus propias ganas de salir adelante. La superficialidad en que quiere colocarnos Cheesman (con ecos del decimonónico psicologismo naturalista de García, cuando se lamentaba de la depresión andina) consiste en identificar crítica y duda con desánimo, inacción o abandono; como si el «progreso» fuese posible sólo si nos dejamos poseer por un optimismo acrítico, con clichés de autoayuda como «querer es poder» o «mi país es el mejor del universo». Lo cierto es que ese optimismo sólo sirve para tranquilizar a los espíritus mediocres que no se atreven a confrontarse con sus problemas más hondos. Pero la economista Roxanne Cheesman, que parece haber descubierto la piedra filosofal, cree que la miopía es una mejor opción. Por eso se atreve a cuestionar el brillante ensayo de Salazar Bondy que lleva por hermoso y preciso título «Lima, la horrible» (y no sólo el cliché popular derivado del mismo), creyendo que a partir de lo que ella buenamente entiende del título, sin saber siquiera cuándo fue escrito ni haberlo leído (al menos no con un mínimo de comprensión lectora), puede ya alegremente contestarle y cuestionar su falta de proyección a la Lima moderna y bella que hoy tenemos (¿tenemos?).

El poeta y catedrático Alejandro Susti ha enviado a El Comercio una aclaración en la que, concisa y claramente, muestra que el ensayo —y el título— de Salazar Bondy están más vigentes que nunca precisamente ante expresiones como las que hace la señora Cheesman.

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Cuando reconocía públicamente su relación extramarital y su nuevo hijo, García calificó a Roxanne Cheesman como una «mujer de altas cualidades». Sería la ceguera del amor, porque el simplismo no es precisamente una «alta cualidad». En todo caso, volviendo sobre el vals en mención, si quiere García agradecer a su nueva mujer por la sutil campaña, bien puede prometerle en las próximas elecciones construir «escuelas para analfabetos / que hayan terminado segunda instrucción».

Esta es la carta del poeta Susti:

CARTA DEL POETA ALEJANDRO SUSTI AL DIARIO EL COMERCIO

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Lima, 23 de enero, 2013
Sr. Director de El Comercio
Pte.

Le escribo la presente carta para expresar mi preocupación en relación con el artículo publicado el día sábado 19 de enero en el diario que Usted dirige, “Lima es cada vez más bella” de Roxanne Cheesman. En el mismo, la autora hace referencia al libro del escritor peruano Sebastián Salazar Bondy (1925-1965), Lima, la horrible, y demuestra una completa ignorancia respecto a las ideas e intenciones del ensayista así como el contexto en que dicho texto fue escrito.

En primer lugar, la autora comete una serie de imprecisiones cronológicas que desacreditan sus argumentos. Sostiene, por ejemplo, que “…Salazar Bondy solo vio la fotografía de Lima de los setenta pero no imaginó su evolución”. Afirmaciones como ésta dan la impresión de que la autora no se ha informado acerca de la fecha en que fue publicado dicho texto (1964) y aquella en la cual su autor falleció (1965).

En segundo lugar, la autora afirma que la frase que da título al libro “Lima, la horrible” … “solo es una frase deprimida para una ciudad en camino a la prosperidad, mestiza y bella”, con lo cual parece sugerir que el texto de Salazar Bondy fue producto a un estado de ánimo “depresivo”, estado que además habría compartido con todos los demás intelectuales de la época (entre ellos Mario Vargas Llosa a quien se debe una de las frases que cita): “Una de las tantas frases que nuestra «inteligentzia» repite en los cafetines, como cuando se pregunta «en qué momento se jodió el Perú» o afirma que «donde se pone el dedo brota el pus». Para la autora, la vigencia de la obra de Salazar Bondy –y, de paso, la de los intelectuales de nuestro país– consiste en dar una visión “pesimista” de la realidad peruana que contrasta significativamente con la imagen pintoresca y triunfal de Lima que ella produce al final de su texto: “Lima tiene el mayor puerto sudamericano, es la única capital con una hermosa bahía e incluso sus grandes vías guardan una lógica milenaria…”.

Ciertamente, la autora ignora por completo en qué consiste el objetivo de los textos ensayísticos que pretenden entender mejor la realidad de nuestra ciudad, ciudad que ella reduce a una imagen turística y “bella”. En el caso de Lima, la horrible conviene aclarar que Salazar Bondy escribió ese texto para entender mejor el mito de la “Arcadia Colonial” y de qué manera la clase dominante de nuestra ciudad se negaba a aceptar, a mediados del siglo XX, los cambios que estaban transformando por completo su rostro. La vigencia y actualidad de Lima, la horrible es, por ello, innegable: se trata de uno de los primeros ensayos en Latinoamérica en abordar las contradicciones inherentes a la modernización de nuestros países; ello, sin embargo, pasa completamente desapercibido para la autora del artículo.

En otros pasajes del artículo, la señora Cheesman sostiene afirmaciones como ésta: “Lima es bella porque es la ciudad nacional de la raza global. A la mezcla de todas las provincias se suma la de las razas: indios, españoles, africanos, chinos, italianos, japoneses, árabes y semitas, un mestizaje con el que hemos ganado la riqueza culinaria”. Esta visión de la ciudad ignora por completo los conflictos (raciales, sociales, económicos, entre otros) que también forman parte de la realidad de nuestra ciudad, conflictos cuya mención se hace absolutamente necesaria si es que se pretende dar una imagen completa y fiel de ella; es más, las palabras que vierte la autora sugieren la idea de que el logro fundamental de esa ilusoria armonía que plantea consiste básicamente en que ahora “comemos mejor que antes”.

No quiero extenderme más no sin antes mencionar que la conclusión con la que se cierra resulta el texto es por demás hilarante: “No, Sr. Salazar, Lima es cada vez más bella y ello por la obra de su pueblo”. A estas alturas habría que preguntarse si la señora Cheesman hace precisamente con su artículo lo que el escritor Sebastián Salazar Bondy ya había demostrado casi cincuenta años antes que ella: que los mitos que ofrecen una visión ilusoria y atemporal de la ciudad están siempre condenados al olvido y que los frutos de la inteligencia son siempre más duraderos que las palabras de los oportunistas.

Profesor Alejandro Susti Gonzales
Pontificia Universidad Católica del Perú
DNI 06342352

Eric Hobsbawm sobre el movimiento campesino peruano y Sendero Luminoso

La prensa peruana, haciendo gala de su mejor capacidad de investigación, se ha limitado a reproducir cables internacionales por la muerte del mayor historiador del siglo XX, el marxista Eric Hobsbawm. Sabemos desde luego que, en tiempos de la Internet, la información está más disponible, pero sólo para quien la quiere buscar y sabe además qué y dónde buscar. Con un mínimo esfuerzo podían haber recordado que Hobsbawm estuvo vinculado a destacados intelectuales peruanos y que no dejó de interesarse por la historia peruana reciente.

Fue en 1962 cuando Hobsbawm visitó por primera vez el Perú. Unos años antes los trabajadores campesinos habían empezado a reaccionar frente al abuso y el aprovechamiento de las tierras por unos pocos terratenientes para los que tenían que trabajar sin paga, sólo a cambio de una parcela de aprovechamiento propio, y que se imponían, además, sometiendo a las autoridades políticas, judiciales, policiales y religiosas. El Perú llevaba casi 140 años como república, pero conservaba un vetusto sistema feudal en el manejo de las tierras. En ese contexto, los campesinos de La Convención (Cusco), que habían empezado por pedir condiciones laborales justas, pasaron luego a cuestionar la propiedad de las tierras y, consecuentemente, iniciaron la reforma agraria ocupando las tierras que trabajaban. El mítico Hugo Blanco (que a sus casi 80 años sigue defendiendo el campo frente a las fuentes de contaminación minera) fue elegido líder del movimiento cuando llegó la represión del gobierno de la Junta Militar. Ante la violenta reacción de los militares, la base de Chaupimayo, que era la de Blanco, organizó para defenderse la columna guerrillera Brigada Remigio Huamán, nombrada así por un campesino asesinado por la policía. Sin embargo, unos meses después, Blanco sería capturado y disuelta su Brigada. El juicio contra Blanco apuntaba a la pena de muerte, por lo que hubo una intensa campaña nacional e internacional a la que se sumaron Amnistía Internacional y personajes famosos como los filósofos Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. En 1966, Blanco sería condenado a veinticinco años de prisión en la isla de El Frontón. No obstante, a pesar de que los líderes campesinos estaban presos, el movimiento por la reforma agraria y su reconocimiento gubernamental eran ya imparables. El mismo Blanco sería luego liberado.

Desde 1962, cuando estuvo por el Perú y se entrevistó con conocedores de la realidad andina como José María Arguedas, Hobsbawm siguió con interés el curso de los acontecimientos de nuestro país. En 1967 publicó su ponencia «Problémes agraires á La Convención» (Les problémes agraires des Amériques Latines, París: CNRS, 1967, pp. 385-393, donde Arguedas publicó también: «La posesión de la tierra. Los mitos posthispánicos y la visión del universo en la población monolingüe quechua», pp. 309-315). Y dos años después publicó: «A Case of Neo-Feudalism: La Convención, Perú» (Journal of Latin American Studies, Vol. I, 1969, pp. 31-50), en cuya sumilla dice lo siguiente:

Un caso de neo-feudalismo: La Convención, Perú

E. J. E. Hobsbawm

La provincia de La Convención, departmento del Cusco, en Perú, se hizo conocida a los ciudadanos del mundo exterior a comienzos de la década de 1960, cuando fue el escenario del más importante movimiento campesino de esa época en el Perú, y probablemente en toda Sudamérica. Esto podría legítimamente atraer la atención del historiador social. Al mismo tiempo, La Convención es una versión especial de un fenómeno más general, el cual debería interesar también al historiador económico. Es un «territorio de frontera» en el sentido americano del término; es decir, pertenece a la larga zona de tierra subdesarrollada en el extremo oriental de los Andes (el borde occidental de la cuenca del Amazonas), que ha sido objeto de asentamiento y cultivo en las últimas décadas, principalmente para la producción de cultivos comerciales para el mercado mundial, pero también para otros fines económicos. A lo largo de las laderas de los Andes hay una serie de regiones en las que, de diversas maneras, los terratenientes y empresarios penetran con propiedades y comercio, campesinos en busca de tierra y libertad. La mayoría de ellos son campesinos indígenas de las tierras altas, y el contexto socio-económico de la sierra y el altiplano determina en cierta medida las formas de la nueva economía que toman forma en las laderas orientales semi-tropicales y tropicales. Estas varían considerablemente, como podemos ver por las variadas monografías disponibles.

(El artículo completo puede ser leído aquí.)

Por último, en 1974 Hobsbawm publicó: «Peasant Land Occupations» (Past and Present, Nº 62, 1974, pp. 120-152; el texto puede ser leído aquí). A diferencia de los dos artículos precedentes, en éste no aparece el caso peruano en el título; ello se debe a que es un artículo con pretensiones generalizadoras, y, sin embargo, analiza «la forma de la militancia colectiva campesina, principalmente a la luz de la evidencia del Perú». Hobsbawm había vuelto al Perú durante el régimen de Velasco, que había legalizado las tomas de tierras, y pudo recoger la información que necesitaba en el Centro de Documentación Agraria y con las propias autoridades de la reforma agraria. Arguedas lo había llevado en 1962 a conocer la situación cultural de los campesinos que habían migrado a Lima y que tenían una presencia importante dentro de ciertos círculos y medios de comunicación, como las radios que transmitían música y programas en quechua (Hobsbawm recuerda ese encuentro en sus memorias: Interesting Times: A Twentieth-Century Life, New York: The New Press, 2005, p. 370); no obstante, mientras que Arguedas estaba interesado en las dinámicas culturales y las cosmovisiones que ellas implicaban, Hobsbawm se interesaba por las dinámicas políticas y sus pretensiones explicativas eran sin duda mucho más científicas.

En 1992, Hobsbawm dictó un seminario sobre «El corto siglo XX» en la New School for Social Research de Nueva York. En sus clases hacía continuas referencias sobre la política peruana, de lo cual se percató el sociólogo Aldo Panfichi, que asistía al seminario y lo abordó para hacerle una entrevista. Luego de preguntarle por los cambios y continuidades en la política internacional de esos años que, como se decía, marcaban un adelantado final de siglo, Panfichi le preguntó por el Perú. A propósito de sus reflexiones sobre el fundamentalismo político y religioso, Panfichi le dice: «Escuchándolo me viene a la mente Sendero Luminoso…»; a lo cual Hobsbawm responde:

Qué curioso, estaba pensando lo mismo. Creo que esto es también una reacción similar al fundamentalismo religioso. Tengo la impresión de que los militantes senderistas deben ser gente desorientada por los dramáticos cambios sociales. Pienso que provienen de familias campesinas que repentinamente van a la universidad y se convierten en intelectuales. Cambian completamente sus expectativas de vida pero no pueden llevarlas a cabo. Sin embargo debo decir que Sendero es un fenómeno que me parece excepcional en el mundo actual. Hay pocos casos de fundamentalismo político en estos días.

Tras lo cual añade una observación que no difiere de aquellas expresadas por la CVR:

Para alguien que observa el Perú desde afuera, no es una sorpresa que, dadas las condiciones económicas y sociales de su país, exista gente que piense que cualquier solución es mejor que ninguna solución.

Y sobre la reforma agraria afirma lo siguiente:

(…) siento sobre todo un profundo disgusto por las oportunidades perdidas durante los años de Velasco. Quizá no fue un movimiento revolucionario, pero sí tenía genuinos deseos de justicia. Recuerdo esos años, cuando discutía con gente de la izquierda peruana que se oponía a Velasco diciendo que no era más que un reformismo burgués. Yo les decía: “si ustedes pueden hacerlo mejor, excelente”. Lamentablemente no fue así.

Observando hacia atrás, creo que esta experiencia fue lo más positivo de la historia peruana contemporánea, y lamento que haya fracasado. El porqué de este fracaso es algo que los peruanos deben discutir, especialmente porque no se ha encontrado otras soluciones adecuadas a la devastadora pobreza de las mayorías del país.

No he estado en contacto con Perú en los últimos años, aunque siempre leo con avidez todo lo que pasa por mis manos. Sin embargo, como un viejo izquierdista me veo obligado a decir algo más. Si en Perú yo tuviera que escoger entre los revolucionarios y los no revolucionarios, yo tomaría el lado de los no revolucionarios. Es terrible descubrir que hay movimientos revolucionarios que uno preferiría que nunca tengan éxito.

(La entrevista completa puede leerse aquí.)

Una de las causas de ese fracaso fue precisamente Sendero Luminoso. Como lo observa Blanco en una entrevista reciente:

Sendero también mató a muchos, ha matado a dirigentes obreros, ha matado a dirigentes de tomas de tierra… También sirvió como excusa al Gobierno para asesinar a líderes campesinos, para meterlos presos, para torturarlos… Todo eso llevó a un retraso tremendo. Antes de Sendero, la Confederación Campesina del Perú tenía bases en casi todo el país. Después de la guerra interna, en tres o cuatro departamentos, nada más. Ésa es una de las razones de ese retraso frente a Bolivia y Ecuador, donde el movimiento indígena ha impulsado todo tipo de transformaciones.

También estudiaron con Hobsbawm las historiadoras Margarita Giesecke (1948-2004), que redactó con su asesoría la tesis La insurrección de Trujillo. Jueves 7 de julio de 1932 (Lima: Fondo Editorial del Congreso de la República, 2010), y Scarlett O’Phelan, con la tesis Un siglo de rebeliones anticoloniales: Perú y Bolivia, 1700-1783 (Cusco: Centro Bartolomé de las Casas, 1988).

La prensa peruana parece ignorar todos estos datos de nuestra historia académica reciente. Su ignorancia no es inocente.

El «mudo» y la «ociosa». Cuando la comparación no es inútil

Copio a continuación una comparación que me ha llegado entre la gestión del ex-alcalde Castañeda en su primer año y la de la actual alcaldesa Villarán en los seis meses que lleva. Luego haré unas observaciones generales que considero pertinentes.

Gestión de Luis Castañeda, año 2003:

–   Seguridad:

  • Desechó el Informe Bratton que había solicitado el ex-alcalde Andrade para mejorar la seguridad en toda Lima. No colocó en su lugar ningún otro plan de seguridad, dejando a cada distrito a su suerte.

–   Gestión municipal:

  • Acusó al ex-alcalde Andrade de dejar una deuda de S/. 350 millones, aunque no aportó documentos probatorios.

–   Cultura:

  • Suspendió indefinidamente la Bienal de Lima que el ex-alcalde Andrade había impulsado para poner en valor el Centro Histórico de la ciudad con circuitos de arte contemporáneo.

–   Ordenamiento de la ciudad:

  • Permitió el comercio ambulatorio en el Mercado Central y el Barrio Chino.

–   Parques y ornato:

  • En una madrugada, de improviso y sin consulta pública, retiró la estatua de Pizarro de su plaza y la dejó en un almacén municipal.

  • Finalizó la remodelación del Parque Universitario comenzadas en la gestión anterior.

–   Salud:

  • Emitió una ordenanza para perseguir a quienes orinaran en las calles del centro de Lima.

–   Infraestructura víal:

  • Finalizó las obras en el Puente de Piedra y el Puente Santa Rosa, comenzadas en la gestión anterior.

  • Concluyó el puente peatonal Alipio Ponce, comenzado en la gestión anterior.

  • Hasta entonces, la propuesta de un «Metropolitano» («Lima Bus»), hecha por el ex-alcalde Andrade en la campaña del 2002, le parecía una idea innecesaria e inviable.

–   Obras Sociales:

  • Comenzó la ejecución de lozas deportivas y escaleras en los cerros.

 

Gestión de Susana Villarán, enero-julio de 2011:

–   Seguridad:

  • Instaló el Comité Metropolitano de Seguridad Ciudadana con la 7º Región Policial, el Ministerio Publico, el Poder Judicial, la Compañía de Bomberos y los 43 municipios.

  • Firmó un convenio para que se coloque un juez de paz en cada una de las comisarias, con miras a ejecutar el plan “Devuélvele a tu ciudad”, que sancionará eficazmente las faltas con horas de servicio comunitario.

  • Se ha colocado ocho Puestos de Auxilio Rápido en el Cercado, y se espera colocar veinte más en lo que queda del año.

–   Gestión municipal:

  • Se renegoció el contrato con la empresa a cargo de la “Linea Amarilla” para que 7% del peaje lo reciba el municipio, que durante la gestión anterior no recibía nada.

  • Se realizó una auditoría técnica por parte del Municipio acerca de cómo se le recibió, para reordenar la gestión municipal misma, y también del caso Comunicore que fue notoriamente un caso de corrupción durante la gestión anterior.

  • Por primera vez en su historia se aprobó un presupuesto participativo para el Cercado de Lima.

–   Cultura:

  • Se concluyeron las obras del Teatro Municipal, que había sido inaugurado sin estar terminado al final de la gestión anterior.

  • Se aprobó un plan de recuperación del Teatro Segura.

–   Ordenamiento de la ciudad:

  • Se empezó la habilitación de mayores espacios en el Mercado de Santa Anita para trasladar completamente a los comerciantes de La Parada. (El Mercado de Santa Anita fue inaugurado por Castañeda sin haberlo terminado y pese a la protesta de los comerciantes por no haber concluido el traslado.)

–   Parques y ornato:

  • Se aprobó la peatonalización del eje de los jirones Ica y Ucayali, así como de un sector de la avenida Madre de Dios (para integrar la explanada del Estadio Nacional con el Parque de la Reserva).

  • La empresa municipal encargada de los parques inició el programa «Adopta un árbol», para sembrar 100 mil plantas en Comas, Independencia, Santa Anita, Barranco y Villa El Salvador, donde los estudios señalan que hay muy pocas áreas verdes.

  • Se retiró el cemento del subsuelo del Parque de la Cultura, que, por la premura de su conclusión y pese a reclamos públicos, la gestión anterior no había retirado. (Aún no se entiende por qué Castañeda lo llamó «de la Cultura», más allá de una pomposidad irracional.)

  • Se empezó la planificación del proyecto Río Verde, para arborizar y mejorar las riberas del Río Rímac, convirtiéndolo en un espacio público.

  • Se ha reemplazado totalmente el césped de la berma central del Metropolitano por vegetación más acorde al clima de la ciudad. Lo mismo se viene realizando en el Paseo de los Héroes Navales y en la remodelación de doce parques, con miras a aumentar el número de árboles en la capital.

  • Se aprobó un presupuesto de 200 millones para el Proyecto de la Costa Verde, y ya se están comenzando obras de recuperación por el lado sur, en La Herradura, y en el distrito de San Miguel.

–   Salud:

  • Ha construido e inaugurado dos nuevos Hospitales de la Solidaridad.

  • Se inició el programa de prevención de embarazo: “Me quiero, me cuido”. Igualmente con el programa «TBC cero”, para que Lima deje de ser una de las ciudades con la mayor tasa de enfermos en el mundo.

  • Se inició el proceso de transferencia de hospitales y postas del Ministerio de Salud a la Municipalidad de Lima.

–   Infraestructura vial:

  • Se ha planificado la ampliación y remodelación de la Av. Canadá.
  • Se terminaron las obras de la Av. Primavera (que la gestión anterior demoró por mala coordinación con Luz del Sur), de la Av. Nicolás Ayllón y de la Av. Carlos Eyzaguirre.
  • Se está trabajando un estudio geológico para continuar con la construcción del túnel Santa Rosa (que se derrumbó porque la gestión anterior no se preocupó por los informes técnicos del caso).

  • Se ha habilitado la Av. Arequipa todos los domingos como ciclovía y espacio de esparcimiento y deporte.

–   Obras sociales:

  • Se aprobaron los planes y el presupuesto para la ejecución del programa de muros de contención que ayudarán a disminuir riesgos de los pobladores de las laderas del Río Rímac.

  • Se inició el programa de promoción de empleo: “Chico Chamba”.

 

La comparación es de por sí bastante elocuente. Ahora bien, salvo mediocridad campeante, las comparaciones no sirven para medir adecuadamente el éxito de una gestión municipal. Es necesario que ésta sea evaluada según las necesidades objetivas de la ciudad y también las demandas de los ciudadanos; teniendo en cuenta que dichas demandas pueden ser infundadas y que las necesidades más importantes, que han sido desatendidas por años, no pueden razonablemente satisfacerse en unos pocos meses. Dicho esto, hay que señalar que la comparación es útil en tanto que «con la misma vara con que midas serás medido»; es decir que ella permite evidenciar la falta de coherencia y de seriedad en las críticas del ex-alcalde Castañeda y de sus partidarios a la actual gestión en el poco tiempo que lleva de instalada.

Caricatura de Cossío publicada en El Otorongo Nº 221.

Lo que demuestran las recientes declaraciones del ex-alcalde Castañeda es la misma carencia de su gestión entera: una carencia de capacidad autocrítica. Esta incapacidad suya le lleva a ciertas contradicciones performativas que son, por decir lo menos, cómicas. Por ejemplo, dice que hay que dejar trabajar y no querer mezquinamente entorpecer al funcionario, pero por otro lado menoscaba la gestión de su sucesora y habla de una posible revocatoria en su contra. Dice que no hay que ver sólo lo negativo, pero él no habla en absoluto de lo bueno que hace la actual gestión (y suponer que es por ignorancia es mucho suponer). Dice que no hay que incentivar los odios, pero montado en cólera habló hasta por los codos en contra de la gestión de la actual alcaldesa, cuando ésta presentó los informes sobre la gestión anterior a los que se había comprometido en su campaña. A eso lo llama un acto de odio o venganza, pero la verdad es que sólo mejoraremos como ciudad y como país cuando nos habituemos a exhibir críticamente y sancionar los actos de negligencia y de corrupción en la administración pública. (E incluso fuera de ella. De hecho, lo primero que yo hice cuando asumí el cargo de docente en un colegio fue presentar un informe sobre la forma de enseñanza de la asignatura que recibía y los cambios paulatinos que proponía realizar. Y ello no por odio a quien enseñaba antes, que ni lo conocía, sino por seriedad y resposabilidad con lo que se me estaba encargando.)

Caricatura de Rossell publicada en El Otorongo.

Así pues, el «mudo» que, tras haber perdido las elecciones presidenciales y con «roche», ahora habla sin parar, pone en práctica precisamente lo contrario de lo que pregona cuando se trata de él mismo o del presidente García. Lo lamentable es que los medios de prensa, con poca capacidad crítica, hagan eco de esas opiniones como si fuesen datos verificados. El listado anterior muestra que no es así y que no es difícil ver qué se está haciendo desde el Municipio de Lima, porque, a diferencia de la gestión anterior, la transparencia es un principio que hasta ahora la nueva alcaldesa practica a través de su página Web y de los cabildos que son realizados en público y con transmisiones en vivo por la Internet.

Hay que desmitificar también en la ciudadanía la idea de que un funcionario elegido debe «callar y hacer»; esto es, el mito del «mudo trabajador» que tan conveniente le era a Castañeda para no justificar previamente ni responder por sus obras. La construcción de una ciudad menos violenta con sus ciudadanos pasa por una administración más dialogante y autocrítica. El otro lado del mito es justamente la idea de que el diálogo es una pérdida de tiempo. En ello está involucrada nuestra persistente vocación autoritaria, pero mucho me temo que sólo viajando por distintas ciudades latinoamericanas que han sabido enfrentar los mismos o hasta peores problemas que la nuestra, uno puede darse cuenta de ello, por el contraste, así como de lo paranoica que es la ciudad en que vivimos. De otra forma, las emociones nos siguen nublando con una facilidad que, más que la neblina de Lima, se parecen a la densa neblina de Londres.

Caricatura de Carlín publicada en La República (24-06-2011).

La alcaldesa Villarán no es una política curtida en cuanto a servirse del dinero de todos y de sus influencias para promocionar sus obras más allá de la publicidad necesaria por la misma transparencia. Conociendo lo débil e insensata que es la opinión pública limeña, que se complace en el chisme tanto como en tiempos de la Perricholi, quizá deba hacerlo. Pero, ello, admitiendo también por nuestra parte que, en cuestiones de información y de participación pública, preferimos ceder nuestra inteligencia a los medios para que nos embrutezcan como quieran, y nuestra voluntad a autócratas en los que hay que confiar sin dudas ni murmuraciones. Si algo no ha pasado por Lima, con Mercurio Peruano y todo, es precisamente una Ilustración y una Independencia. El escándalo es que esa mente infantil habita un cuerpo ya bastante adulto, incapaz de hacerse cargo de sí mismo en lo que le toca.