Archivo de la etiqueta: Caricaturas

La democracia como fachada abstracta del interés económico

«Democracia» no es un término de definición fácil. Es un régimen político, desde luego, pero, una vez que se afirma eso, todo empieza a ser más confuso. «Bien inabdicable» o «sistema menos malo» son quizá las acepciones más comunes que se tiene de ella. De cualquier modo, nos diría Wittgenstein, de lo que se trata no es de encontrar una definición correcta, sino de reconocer los distintos «juegos del lenguaje»; es decir, los usos que le damos a dicho nombre. Aquí, a propósito de una tira cómica de Juan Acevedo de la década de 1980, quiero destacar un uso en particular que se mantiene fuerte en la sociedad peruana de nuestros días: la democracia como argumento presuntamente irrefutable bajo el cual se defiende un interés privado o de clase, y la consecuente criminalización de la protesta. La tira cómica es de su famoso Cuy:

Tira cómica tomada de El Diario del Cuy (http://elcuy.wordpress.com/2011/04/23/el-cuy-por-juan-77/). Publicada originalmente en "El Diario de Marka" (1980).

Aun a riesgo de repetir innecesariamente lo expresado por los dibujos, creo que se puede agregar algo sobre el uso de la palabra «democracia» al que alude el Cuy en el último recuadro. ¿Qué uso es este? Uno que está inscrito en la creación de apariencias agradables y el ocultamiento de la «fea realidad», en lo cual ha sabido desempeñarse con soltura el capitalismo tardío o avanzado. Hay allí un manejo estético de la política en el que se han vuelto expertos, mientras que sus contrapartes de izquierda demandaban inútilmente el abandono de ese juego de apariencias (algunos lo siguen haciendo). La torpeza estética de los ideólogos de izquierda, salvo una que otra honrosa excepción entre las que se encuentra Mariátegui, así lo confirma. No se dieron cuenta que el hombre necesita dudar de la belleza que juzga sólo aparente (si no, no hubiese existido un Platón), pero que también necesita del olvido, de la distracción, de las bellas máscaras, porque, en el fondo, no hay entre nosotros sino máscaras. Para decirlo a lo Matrix: el ser humano necesita tomar tanto de la pastilla azul como de la roja. Hay quienes todavía consideran que esto es inaceptable, ya sea por razones «democráticas» desde las cuales esto es políticamente incorrecto, o sea por razones de izquierdismo dogmático para el cual esto es ceder a las perversas lógicas (políticamente correctas) del capitalismo. En realidad, darle su lugar al goce estético sin cercenarlo por razones políticas es una cuestión de simple fenomenología de la percepción. Puede que sea insatisfactorio pero así es, no hay otro juego; éste es el que nos ha sido dado en términos de la experiencia que nos es posible. De lo que se trata, entonces, ya sea que se tenga una orientación política de derecha o de izquierda, es de entrar en el juego de desenmascarar al adversario mientras que se produce las propias máscaras. Y no es necesario seguir una lógica instrumentalista como la del maquiavelismo cuando se hace esto.

Así las cosas, el Cuy está desenmascarando en estas viñetas un uso de la palabra «democracia» que está bastante extendido en todas partes; a saber: usarla como un concepto lo suficientemente abstracto como para que suene bien, que suene desinteresado y hasta comprometido, y que no sea posible rechazar sin quedar públicamente mal parado. Detrás de él, lo que oculta: las vísceras de un sistema en el que se defienden con uñas y dientes los propios intereses, sean privados o de la clase socioeconómica o grupo social al que se pertenece. Un sistema en el cual los excluidos no tienen derecho a la protesta porque entonces estarían amenazando el bienestar de los que acumulan todo el capital, de los que maltratan a sus trabajadores, de los que abusan impunemente de su poder. Y como de lo que se trata para ellos es de mostrar sólo lo bueno y lo bello, la noción más abstracta pero absolutista de la democracia les resulta conveniente, sobre todo para anatemizar al que protesta con el sambenito de «antidemócrata». Lo más abstracto, a veces, es lo más concreto. En la trastienda, la lucha de clases es bastante real, aquella que se asienta sobre la misma igualdad universal que le dio origen a la democracia moderna, pero ellos niegan esa lucha a como dé lugar, incluso si al adversario hay que presentarlo como subversivo en un país donde la subversión terrorista ha dejado fuertes traumas…

El Cuy, diría Alan García, no es un peruano «demócrata», sino un «ciudadano de segunda clase», un «perro del hortelano». Lo bueno del asunto es que el Cuy no está solo. Somos muchos como él.