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La seriedad de Cipriani. Vade retro, cardenal

El pasado 1º de mayo el cardenal Juan Luis Cipriani publicó en el diario El Comercio un artículo titulado «Los irrenunciables derechos humanos». Dos son los pájaros que el príncipe de la Iglesia católica ha querido liquidar juntos: las críticas de Mario Vargas Llosa por su cercanía con la dictadura fujimorista y la frase que se le adjudica en la que calificaba a los derechos humanos como una cojudez. Incluso más allá de si logra sus objetivos, el texto revela la ignorancia, los prejuicios y los deliberados engaños del cardenal. Me refiero a lo siguiente:

LO QUE CITA:

1. Dice que los derechos humanos constan «en la doctrina de Santo Tomás de Aquino«. No refiere siquiera dónde se encuentra eso. ¿Habrá leído al Aquinate o se basará en algún manual de Navarra? Lo cierto es que en ningún lugar de su vasta obra Tomás de Aquino trata sobre la concepción moderna de derechos humanos. Lo más próximo sería su noción de ley natural, pero no deriva de ella en absoluto lo otro por tratarse de una noción sumamente restrictiva con la libertad personal, que no renuncia sino que depende con mayor fuerza de sus doctrinas dogmáticas que sacan del centro al sujeto y colocan una objetivante verdad fuera de la cual éste no podría salvarse. Muy distinto es por otro lado el derecho natural de Guillermo de Ockham, que no será «santo» ni doctor de la Iglesia, pero fue un teólogo cristiano mucho más perspicaz y defensor de la libertad personal porque comprendía que la verdad cristiana (la caritas) habita —agustinianamente hablando— al interior del hombre, y no en un dogma institucionalmente establecido que aliena esa verdad.

2. También dice que el Concilio Vaticano II desarrolló esta doctrina «de manera muy significativa». A decir verdad, el aggiornamento de ese concilio fue bastante insuficiente para los cambios de los tiempos. Y a pesar de eso, el papa Ratzinger ha dado ostensibles pasos en reversa, desde los más formales como el volver a celebrar misa en latín, hasta otros más doctrinales y menos anecdóticos. Las voces de protesta a ese respecto se han dejado escuchar en los últimos años en Europa, pero, claro, de eso calla nuestro cardenal.

3. Afirma asimismo que «ya Aristóteles los aludió en la Ética a Nicómaco y fue tema importante de la filosofía griega». (¿¡Qué?!). Esta línea es tan absurda e insostenible que, si fuese cristiano, me daría vergüenza el sólo reproducirla. Supongamos, con buena fe, que simplemente no ha leído dicha obra; porque si lo hubiese hecho y sostuviese lo mismo tendríamos que poner en seria duda su capacidad intelectual. Más allá de eso, no parece advertir el cardenal la línea cristiana que va dando paso a la concepción moderna de los derechos humanos. Es una línea agustiniana y no tomista, que si se remonta más atrás debe hacerlo en línea hebrea y no griega, y que tiene entre sus principales adalides a religiosos protestantes mucho más que a católicos, que los hubo, pero muy excepcionalmente y sin mucho trasfondo que los apoyara, como Bartolomé de las Casas. Los primeros católicos modernos que se insertaron en esa línea fueron disidentes espantados de las guerras religiosas y alejados ya de todo intento contrarreformista y toda práctica inquisitorial. Desde la Iglesia, sin embargo, arreciaron dichas prácticas mucho más que en la Edad Media. Algunos jesuitas como Spee las condenaron argumentadamente y se orientaron en defensa de la libertad individual hasta que el papado decretó la supresión de la Compañía de Jesús, que en el siglo XVIII resultaba molesta por su liberalismo y su «laxismo moral». Tras todo ello, era evidente que esta línea sólo podía secularizarse para evitar los dogmatismos religiosos que le cerraban el paso. Allí es donde tomó cuerpo en manos de los filósofos ilustrados y con la Declaración de 1789, y logró su forma filosófica más acabada, secular pero en los fundamentos aún cristiana, en la filosofía moral de Kant. De allí a la reciente Declaración de 1948 hay sólo un paso. La otra línea es la jurídica del constitucionalismo y del derecho internacional, que en varias ocasiones durante el régimen fujimorista criticó también Juan Luis Cipriani, como critica ahora las políticas de distribución de anticonceptivos.

4. Luego cita una publicación propia de 1985 (Catecismo de Doctrina Social) donde habría escrito que «los derechos humanos son cualidades rectas y justas que tiene el hombre por su propia condición de persona”. Y que «como derechos naturales innatos –con los que el hombre nace, vive y muere–, tienen como fundamento la ley natural, impresa por Dios en la naturaleza humana, para que sea guía y norma de conducta en su vida temporal».

Los derechos humanos no son «cualidades rectas que tiene el hombre…». La definición de Cipriani parte de un conocimiento seguro y correcto de la naturaleza humana. La definición vigente de derechos humanos parte de una suspensión de juicio respecto de los conocimientos que se creen ciertos sobre su naturaleza y, sobre todo, la finalidad que tendría la misma. Esta diferencia se deja notar en las consecuencias prácticas. Mientras una se abre realmente a toda persona y particularmente a los más desprotegidos, la otra se cierra sólo a aquellos que «libremente» quieran encaminarse según las verdades que Dios ha dispuesto por naturaleza. En ese sentido se orienta también la «ley natural» a la que hace mención, que quizá sea la más antinatural que el hombre haya concebido. Lo natural es lo que efectivamente puede darse en la realidad, no lo que una institución moralista determine como tal.

5. Señala también que durante su arzobispado en Ayacucho el episcopado tenía varios programas sociales. Lo que cientos de personas le han reclamado (religiosos inclusive) no es eso, sino el absoluto abandono y desprotección en que su arzobispado dejaba a quienes a él acudían temerosos por la violencia de la que eran víctimas, tanto la de los terroristas como de los militares. Según varios testimonios, luego recogidos y contrastados por la prensa independiente, había incluso un cartel en su puerta solicitando que no molestasen y que se dirigieran a las instituciones correspondientes. Según Cipriani, ese cartel tenía otro fin, pero tal parece que en la noción de caritas del ahora cardenal es más importante el rito litúrgico que el auxilio y la compañía pastoral (contrariamente a lo que Jesús proclamó).

6. Según Cipriani, él nunca calificó a los derechos humanos como una cojudez, sino que ha sido maliciosamente interpretado. Asegura haber dicho al reportero de Caretas: «Y durante ese tiempo no he visto a los de la Coordinadora de Derechos Humanos… ¡esa cojudez!», refiriéndose a la Coordinadora. Tendría el cardenal que admitir que, a la luz de su propia declaración, la expresión es lo suficientemente ambigua como para entenderse del modo que le disgusta. Pero, aun si se hubiese referido a la Coordinadora, eso significa que una institución que defiende y promueve el respeto por los derechos humanos es para él una cojudez, con lo que no se aleja realmente en nada de lo otro. Nótese además que «cojudez» es una palabra tan fuerte para el cardenal, que en su artículo se limita a poner unos puntos suspensivos más ambiguos aún (como si uno dijese de él: «¡ese…!»). Y en el mismo artículo afirma que esa frase fue grabada deslealmente por el reportero que no le advirtió que estaba siendo grabado. ¿Se dará cuenta el cardenal que con estas declaraciones demuestra su doblez moral? En público, hay que ser decente; en privado, no. Esa doblez es la misma que su Iglesia (tanto con el papa Ratzinger como con el papa Wojtyla) ha estado vergonzosamente demostrando con la prohibición de denunciar en público los casos de pederastia. Es que el perdón de Dios alcanza al pecado pero no al escándalo, ¿verdad? Felizmente existen leyes humanas, porque esa «ley natural» del cardenal no representa ninguna justicia.

7. Cipriani dice también que él no confunde su calidad de miembro numerario del Opus Dei con la de primado de la Iglesia católica peruana. Esto debe ser una broma de mal gusto. O de otra manera, esto sí sería una cojudez. Es evidente el copamiento que el Opus Dei ha tenido en los últimos años de un gran número de diócesis y parroquias gracias al mandato directo e irrefutable del cardenal. Se ha impuesto prepotentemente por sobre la voluntad de los fieles tanto como sobre diversas órdenes, sin importarle ni su antigüedad ni su actividad pastoral. De eso no sólo he recibido testimonios de numerosos religiosos, sino que además lo he presenciado en Arequipa y en la capilla de la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde los sacerdotes que suscriben en sus enseñanzas la Teología de la liberación no pueden celebrar misa. Otros casos polémicos han sido los de la expulsión de la Congregación Maryknoll de Juli (Puno) y el irracional veto contra el teólogo y reconocido biblista Eduardo Arens porque «no mencionaba el nombre del Obispo en misa, y que su estilo de celebración era muy popular». Un hombre tan dogmático y autocrático no obedece sólo al Papa, como afirma, sino sobre todo a lo que su torcida razón e intereses personales y sectarios le ordenan. En la doctrina moral católica eso se llama concupiscencia.

LO QUE NO EXPLICA:

8. Lo que Cipriani no ha explicado es una serie de acusaciones que se condicen bien con las que le conocemos en Lima. Por ejemplo, que siendo obispo auxiliar de Ayacucho les prohibiera a los jesuitas enseñar en la Universidad de Huamanga y que haya cerrado oficinas de ayuda social dirigidas por religiosos como el jesuita Carlos Schmidt McCormack. Tampoco ha aclarado —le sería más difícil que lo de la «cojudez»— por qué afirmó en 1993, durante una homilía por el día del Ejército y poco después de que se hiciera pública la denuncia por los crímenes del grupo Colina en La Cantuta que «el caso La Cantuta está siendo utilizado políticamente y bajo el pretexto de la defensa de los derechos humanos se está dando el último intento de atropellar la libertad del pueblo peruano. Esa libertad que ya la hemos consolidado todavía encuentra pequeñas voces de peruanos que no tienen cariño a su pueblo y siguen creando dudas acerca de la integridad moral del Ejército y de las autoridades que gobiernan el país. Y esas dudas son una traición a la patria». ¿Se equivoca Vargas Llosa cuando afirma que el cardenal defendió a ultranza los crímenes de Fujimori? En absoluto. ¿Dudar es un pecado y una traición para el cardenal? Claramente lo es. El cardenal defiende el «chicheñó». Por lo mismo en 1994 criticó a quienes rechazaron la amnistía que liberaba a los miembros del grupo Colina, acusándolos de armar «un circo político».

Sorprende que ahora el cardenal se faje a favor de la libertad cuando en 1996, en momentos en que la prensa opositora empezaba a documentar los crímenes de Fujimori, el cardenal exhortara a que Indecopi y la Defensoría del Pueblo se encargaran de «velar por la veracidad de las publicaciones».

EL CARDENAL SÍ TIENE QUIÉN LE ESCRIBA:

9. Cipriani le ha pedido seriedad Vargas Llosa por sus recientes declaraciones en contra de la candidata Fujimori. Esa seriedad que él no tiene ni siquiera cuando hace tales declaraciones. Que se sepa, el escritor no tiene el respaldo y coerción institucional que tiene el cardenal, que no ha tenido reparos nunca (ni siquiera ahora) para utilizar sus homilías, comunicados y programa radial para hacer una burda politiquería y moralismo, diciéndole a sus feligreses cómo y en qué deben creer si quieren ser niños buenos. ¿Y ahora quiere presentarse como defensor de la libertad que estos tienen, como si Vargas Llosa la estuviese coactando? Esa supuesta defensa no tiene la autoridad moral que les daba a los profetas su desinterés y distancia frente a toda forma de poder. El espíritu de las palabras de Cipriani confirma siempre que no sólo de pan vive ese hombre, sino también del poder que tiene sobre otros, especialmente si son hombres poderosos. Representa así muy bien a la cristiandad como proyecto político pero no al cristianismo como caritas, y no deja de ser sintomático que este artículo suyo termine aludiendo justamente a la cristiandad. Por poner un ejemplo de claro interés y angurria personal, en una de sus emisiones radiales exhortó a los «buenos católicos» que estudian o trabajan en la Pontificia Universidad Católica del Perú a que se opongan a la defensa que ésta viene sosteniendo en contra de sus intentos por hacerse con el control de la misma. ¿Qué autoridad es la que puede pretender ahora el cardenal? Institucional, sin duda, pero no moral.

10. Si los derechos humanos son, como dice en su artículo Cipriani, el derecho «a actuar libremente», eso mismo confirma que él es un continuo y sistemático ultrajador de estos derechos, diciéndole incesantemente a la gente cómo deben de actuar y qué está prohibido hacer porque es pecado. Lo que pasa es que uno es libre pero sólo para hacer lo que está dentro del plan que se les ha ocurrido a unas gentes hacer aparecer como plan divino. Ocultar su humanidad de origen es el mejor mecanismo de control; sacralizando, canonizando y condenando a su conveniencia. Pero eso mismo hace que la humanidad negada y reprimida termine por estallar y de la peor manera, como en el caso de los sacerdotes pederastas. Vargas Llosa no se equivoca al decir que el cardenal Cipriani representa el sector más oscurantista de la Iglesia católica.

El primer derecho de un cristiano (que piense en seguir a Jesús antes que a un príncipe del Vaticano) es a disentir de sus autoridades y de la Iglesia. Pues no se puede obedecer a dos señores a la vez. Y en algunos circunstancias, más que un derecho, es su deber. Como lo hizo Ockham contra el Papa. Como lo hizo Kierkegaard contra su obispo. Éste último gastó sus últimas fuerzas y dinero en combatir al que desde su profunda religiosidad consideraba el primer enemigo del cristianismo: la cristiandad. En el Perú sabemos bien a qué se refería.